Las redes sociales son, desde hace más de una década, sinónimo de un nuevo modo de interacción humana mediada por algoritmos. La polémica no está ausente en ese escenario ya que los especialistas en comunicación llevan años debatiendo en qué medida son los sistemas los que manejan esos contactos humanos, haciendo más frecuentes los encuentros con personas que opinan de la misma forma que uno.

En 2011, el activista político Eli Pariser publicó el ensayo «The Filter Bubble: What the Internet Is Hiding from You» (El filtro burbuja: Qué te está escondiendo Internet) que se convirtió en bestseller en el que afirma que la recopilación de datos que realizan los algoritmos de páginas como Facebook, Twitter o Instagram sirve para conocernos y ofrecernos más de aquello que nos gusta.

En ese sentido, la premisa de los algoritmos funciona de manera sencilla respondiendo a la lógica más básica de la psicología conductista, reforzando la permanencia en el sitio sólo con cosas que nos gustan. Entonces, si nos gusta el helado, nos ofrecerán más del que podamos comer con el único objetivo de que nos quedemos allí. Pero, así como no es sano comer sólo helado, tampoco sería sano alimentar nuestras relaciones y nuestro pensamiento sólo con aquello que nos queda cómodo. Es claro que se trata de un lugar acogedor pero, tal como señala Pariser, la burbuja de filtros nos impide conocer otras ideas.

 

Redes sociales

 

Aunque muchos miran al algoritmo de Facebook como invasivo y direccionador a la hora de mostrar noticias y publicidades, Twitter puede ser aun más problemático ya que la «burbuja» de la que habla Pariser se crea a través de la elección de aquellos a quienes seguimos y que serán protagonistas de nuestro timeline. Si abrimos una cuenta en esa red social y seguimos 20 políticos de Izquierda, las recomendaciones automáticas de perfiles se orientarán (casi sin desviaciones) hacia el mismo sector ideológico. En el perfil nos encontraremos sólo con sus opiniones y será extraño cruzarnos con algo distinto.

Sin embargo, la afirmación de que en Internet sólo encontramos puntos de vista similares a los nuestros comienza lentamente a ser discutida. En un artículo de reciente publicación, la profesora asociada en la Universidad de Carolina del Norte, Zeynep Tufekci, explicó que diversos estudios muestran que probablemente encontraremos una variedad más amplia de opiniones online que offline.

Para Tufekci, el problema aparece cuando encontramos puntos de vista opuestos en el contexto de las redes sociales, porque no es como leerlas en un periódico sino que las recibimos estando conectados con nuestras comunidades a las que debemos adhesión y, por ello, la reacción puede ser más violenta y reactiva de aquello que es distinto.

Aunque la mediación de los algoritmos es indiscutible, la dirección de la opinión de un grupo no es un tema de estudio novedoso en la sociología. Ya en la década del ‘40 estudios estadounidenses hablaban de la importancia de los líderes dentro de los grupos. Ahora, una parte de ese rol estaría en manos de programas matemáticos que refuerzan nuestras opiniones. Resta entonces preguntarse si nuestros abuelos, cuando dialogaban con sus conocidos en las calles del pueblo y accedían a la información publicada por un sólo periódico, tenían acceso a mayor cantidad opiniones diversas que las que contamos hoy en día cuando un algoritmo nos pone dentro de una de estas burbujas informáticas.